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domingo, 3 de julio de 2016

FUNCIONARIOS SIN CARRERA

           La “partitocracia” actual es una consecuencia del progresivo alejamiento de los ciudadanos de la política y de los partidos. El espíritu de la transición, en la que se produjo una masiva participación cívica sobre la base de que la democracia y la libertad podrían cambiarlo todo, ha ido decayendo al ritmo de los propios cambios, del anquilosamiento de las organizaciones políticas y de los continuos escándalos de corrupción.

            La respuesta de los partidos hegemónicos del nuevo “turno” ante este retraimiento no ha sido, en todos estos años, la regeneración y actualización de su funcionamiento interno y de su ideología, sino que, al contrario, se han dedicado a practicar la táctica del “y tú más” y han acabado por acomodar su acción política al dictado de las encuestas y de la opinión pública, convirtiéndose en simples partidos acaparadores de votos.

            Otra consecuencia de este alejamiento ha sido una participación de los ciudadanos en política cada vez menor y, por consiguiente, una disminución de la militancia activa. La reacción de los aparatos ante este desapego, no ha sido democratizar sus estructuras internas sino utilizar la función pública como un reclamo: tú te apuntas al partido o bienes en mis listas y yo te hago funcionario; un inmoral “quid pro quo” que ha llenado las administraciones de afines al “turno”. La gente que acude a lo público por esta vía no lo hace por vocación de servicio, sino que lo hace por un puro interés personal.

            Un poder judicial “domesticado” que ampara y garantiza la legalidad de las decisiones de la “partitocracia”, es el principal instrumento para la conformación de esta nueva oligarquía de “funcionarios sin carrera”, además de un poder legislativo que permite atajos y no diseña una precisa y clara legislación de la administración pública que establezca con rotundidad sus competencias, sus escalas, sus criterios de promoción y, sobre todo, la forma de acceder a ella.

Durante todos estos años, el acceso a la función pública controlado por los partidos, creando administraciones paralelas o abusando de las interinidades y los concursos “amañados”, a pesar de que el estatuto básico del empleado público establece el derecho de todos los ciudadanos a incorporarse a la función pública de acuerdo con los principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad, ha alimentado una red clientelar en todos los niveles de la administración. Red que explica muchas veces ciertas pasiones partidistas en relación al poder ya que, como decía la premio nobel birmana Sam Suu Kyi, “el poder no corrompe, lo que corrompe es el miedo a perder el poder”, sobre todo cuando se vive de y gracias a él.

Esta corrupción “legalizada” o al menos tolerada es la que, a mi juicio, hay que atajar, entre otras muchas, para empezar a recuperar la confianza en la política y en los partidos. El camino de la regeneración comienza por limitar la capacidad de los partidos para influir en la estructura misma de la administración. Y, desde luego, la regeneración democrática que devuelva la confianza en nuestro sistema político, pasa por profesionalizar la función pública apartando de ella a tantos y tantos advenedizos que saltan de cargo en cargo sin importar la especialidad ni la responsabilidad del puesto, aupados a él sólo por su carnet del partido. Hasta que en este país no exista una verdadera carrera de lo público y un auxiliar tenga garantizado el derecho y la seguridad de poder llegar mediante sus méritos y su formación hasta director general sin que nadie lo nombre a dedo, no habremos empezado a recorrer el camino 2.5.2016).

MONIPODIO

            En estas fechas en las que se cumplen cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes he releído “Rinconete y Cortadillo”, una de sus “Novelas ejemplares”. No deja uno de sorprenderse, con la lectura, no ya del ingenio y la grandeza de la pluma de Cervantes sino de cómo la condición humana parece inmutable con el paso de los siglos y de cómo las miserias morales permanecen aunque los personajes cambien su vestuario y se transformen los decorados.

            Los personajes del submundo del hampa de la Sevilla del siglo XVI imaginados y caricaturizados por Cervantes, constituidos en cofradía y reunidos en el patio de la casa de Monipodio, jefe de los ladrones, no tienen mucha diferencia con los imaginados en el siglo XX, por ejemplo, por Mario Puzzo para “El Padrino”.

            Los ladrones idealizados por Cervantes no sólo robaban para la cofradía sino que además prestaban su servicio a la comunidad para que los hidalgos cobardes pudieran vengar sus afrentas sin necesidad de mancharse las manos y de jugarse el pellejo. A tal fin, Monipodio llevaba oculto en su capa un libro donde figuraba la memoria de los encargos que habían de darse cada semana, con el nombre de la víctima, el verdugo y el precio del negocio: una cuchillada a un mercader por cincuenta escudos; doce palos de “mayor cuantía” a un bodeguero de la Alfalfa, a un escudo cada uno...

            Además de los pinchazos, en el memorial de Monipodio, figuraban los encargos más surrealistas y escatológicos que se puedan imaginar bajo el epígrafe de “agravios comunes” . Los agravios iban desde publicar libelos, clavar sambenitos y cuernos, hasta untar de mierda la casa de la víctima; todo muy expeditivo aunque no tan violento y macabro como los encargos de don Corleone, que al más pintado le mandaba meter en la cama, mientras dormía, la cabeza ensangrentada de su propio caballo o lo convertía en un colador descargándole el cargador de una metralleta de mano.

            La picaresca del siglo del oro, sigue existiendo en nuestros días aunque los personajes son más sofisticados y utilizan otros medios para robar y hacer sus tropelías. La cofradía de hoy es un club secreto y selecto y el señor Monipodio tiene hoy cientos de caras y no se reúne con su gente en un patio sevillano, pues tiene una casa en cada uno de los paraísos fiscales que hay en el mundo y bufetes de abogados expertos en trapicheos en Panamá y en algunas ínsulas de mares remotos que no han de ser precisamente como la ínsula Barataria que gobernara Sancho Panza.

            En el “Rinconete y Cortadillo” de Cervantes, Monipodio se las entiende con el alguacil, un funcionario público venal, que hacía la vista gorda con los delitos de la cofradía, al que devuelve una bolsa robada a un pariente porque, según Monipodio, como dice el refrán: “No es mucho que a quien te da la gallina entera, tú des una pierna de ella”.

            Hoy para nuestro mal, sigue habiendo funcionarios, en nuestro caso cargos políticos, que se están llevando muslos y contramuslos, a cambio de que otros roben con impunidad las gallinas de nuestro gallinero; por no hablar de los hidalgos cobardes de media Europa que pagan a un monipodio turco para que se dedique a dar puñaladas cobardes en su nombre en forma de alambradas y botes de humo (25.4.2016).

LA FERIA DE LAS VANIDADES

            Dice el refranero que cada uno cuenta la feria según le va en ella y, ahora que la de Sevilla ha terminado, supongo que cada cual, en función de cómo le ha ido, hablará de ella de distinta manera. A la mayoría, a aquellos que sólo se plantean la fiesta como una ocasión para pasar unos días de diversión con los amigos, comiendo, bebiendo y perpetrando alguna que otra sevillana, seguro que le habrá ido bien. Los muy feriantes y los muy “jartibles” habrán empezado a contar ya los días que faltan para la feria del año que viene, algo fácil de calcular pues sólo basta con quitar hojas al calendario.

            Hay, sin embargo, otra feria, que es la feria electoral, que sabemos cuándo empezó pero no, para nuestra desgracia, cuándo va a acabar. Esta otra feria, está demostrando tener casi todo lo que tienen todas las ferias; algo que no le falta, desde luego, es su punto de vanidad y de “postureo”. En esta “Vanity Fair” es importantísimo dejarse ver, vestir las mejores galas y aparentar; sobre todo aparentar, aparentar mucho, porque en esto de la política siempre se cumplirá la sentencia de Maquiavelo: “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.

            La feria electoral, por tener tiene hasta su “calle del infierno”, una calle con pocas atracciones atractivas porque casi todas ellas son tiovivos de distintos colores donde los caballos de cartón-piedra no paran de dar vueltas para no ir a ningún parte; una calle donde las tómbolas no venden papeletas porque la gente ya está cansada de que siempre toquen “perritos pilotos” y “muñecas chochonas”; una calle del infierno donde los charlatanes de feria subastan y pregonan sus figuras de escayola como si fueran de porcelana fina y si los incautos no se las compran por veinte euros, las venden por diez y si no las “regalan” por cinco o por lo que quiera el personal.

            Una calle del infierno que por tener tiene hasta su circo; un circo con cuatro carpas y el anuncio de una sucesión continua de actuaciones divertidas y espectaculares; pero lo que realmente ofrece son funambulistas dando saltos mortales sobre un cable a una cuarta del suelo a cambio de un puñado de votos, malabaristas haciendo equilibrios imposibles con la derecha y con la izquierda, domadores arriesgando sus vidas entre las fauces de unos leones desdentados o patéticos payasos provocando más lágrimas que risas con parodias antiguas pasadas de moda. Y para colmo de males los enanos están dejando de serlo porque les está atacando un virus panameño que no les hace crecer la nariz cuando mienten, como a Pinocho, sino que los está haciendo crecer de cuerpo entero.

            Con este panorama, no es extraño que la gente esté dejando de acudir al mayor espectáculo del mundo, ni sorprende que el dueño del circo electoral esté clamando por las calles por una copita de manzanilla, porque como dicen las sevillanas: “El vino, qué tiene el vino, que alegra las penas mías” (20.4.2016).

VICIOS PRIVADOS, PÚBLICAS VIRTUDES

          El desprecio de la política es algo que, en estos tiempos que corren, está muy en boga. Es habitual leer en las redes sociales, u oír en el trabajo o en la reunión de amigos, comentarios negativos sobre la política y los políticos. Esta práctica no es nueva; yo llevo años escuchando generalizaciones, que siempre me habían parecido injustas, en las que se acusaba a los políticos de ser todos iguales y de hacer todos lo mismo cuando llegaran al poder: robar, enchufar o malversar. Este tipo de acusaciones se utilizaban entonces, en las lides políticas, para justificar y defender a los propios cuando eran “cazados” en alguna tropelía; se usaba por lo bajini como un arma electoral. ¿Quién no ha oído alguna vez la expresión ‘para qué vas a votar a otro partido si el que llegue va a hacer lo mismo’?

            Con esta práctica y estas justificaciones hemos convivido durante décadas hasta que la cosa se nos ha ido de la manos. Ya lo dice la Biblia: ‘el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto’; justificamos con nuestros votos las pequeñas corruptelas y al final hemos acabado tragándonos las más grandes, algo preocupante porque como decía Cicerón: ‘la corrupción de los mejores es la peor (corruptio optimi péssima est)’, y aquí parece que no escarmentamos porque en lugar de castigar a los propios, por muy altos que sean, seguimos aplaudiendo la táctica del ventilador y al final terminará cumpliéndose el dicho de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece; en nuestro caso ninguno.

            Yo no sé qué clase de regeneración necesita nuestra democracia, ni sé de manos de quién podrá llegar, si de un gran pacto de estado o de una revolución social incruenta; lo que sí tengo claro es que se tiene que producir por el bien de todos. Y desde luego, lo que ya no vale es buscar guías espirituales y salvadores fuera de la política; está claro que todo el mundo tiene derecho a opinar y a decidir, pero cuando yo me tenga que operar, que espero que no sea nunca, quiero que me opere un cirujano y no un arquitecto o un taxista, ni tampoco un cantante, un actor, un director de cine o un escritor, a los que algunos tienen equiparados, quizás llevados por la pasión o la desesperanza,  con un oráculo; gurús de conciencias ajenas a las que, entre novela y novela, fotograma y fotograma, llevan años dando lecciones de ética política, proclamando sus públicas virtudes mientras escondían sus vicios privados.

            Si para algo están sirviendo los papeles de Panamá es para confirmarnos sobre algo que ya sabíamos: que vivimos en una sociedad enferma y que esta enfermedad es una pandemia que cada día se anuncia en un país diferente y afecta a gobernantes de países diversos con gobiernos variopintos y a personajes carismáticos a los que no les basta con ganar demasiado. Lo más grave de todo esto no es que se haya desvelado que hay muchos ricos que están evadiendo dinero a paraísos fiscales, algo que ya presumíamos, sino que algunos personajes del mundo de la cultura pertenecientes a un supuesto reducto moral del país, de los que antes hablábamos, están demostrando ser tan chorizos como otros muchos.

            Cuando acabe esta historia creo que quedarán tres caminos; uno será gritar ¡vivan las cadenas!, y hacer lo que proclamaba un eslogan en el mayo del 68: ‘un millón de moscas no puede equivocarse; coma usted mierda’; otro será dejarse llevar por la inacción y practicar la ataraxia de Concha Velasco, a la que oí decir hace unos días que ‘de política no hablo…, ya sólo veo Teletienda’.

            El último camino, y creo que es el camino más deseable, será dar una nueva oportunidad a la política, pero con responsabilidad de ciudadanos y participando de forma consecuente. Siempre me gustó el consejo del Juan de Mairena, de Machado, a sus alumnos: ‘vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros y, naturalmente, contra vosotros’. Y yo añado: ‘y con vuestra complicidad’ (12.4.2016).

EL TIMO DE LAS ESTACAS

            Llevábamos décadas discutiendo sobre la necesidad de liberar el peaje de la autopista AP-4, o bien desdoblar la carretera Nacional IV que discurre paralela a la misma y convertirla en autovía. Esta controversia dio lugar, durante muchos años, a una continua disputa política entre el PSOE y el PP con un evidente interés electoralista. Y digo evidente porque el tiempo ha demostrado que los dos partidos, que en la oposición exigían la liberación o el desdoble, han mentido sistemáticamente a los usuarios de la N-IV y de la AP-4, porque los dos, cuando han llegado a la Moncloa, no sólo no han cumplido su compromiso electoral sino que además prorrogaron la concesión.

            Mientras ambos discutían, los datos de siniestralidad de la Nacional IV no pararon de aumentar hasta alcanzar, desde el año 2000, la cifra alarmante de casi 100 muertes; podríamos remontarnos más atrás, pero creo que el 31 de julio de 2011 fue una fecha fatídica que marcó un antes y un después en la polémica, ya que ese día murieron tres personas en el kilómetro 565,7 de la Nacional IV y siete resultaron heridas de gravedad. A raíz de aquel accidente usuarios de la vía, convocados por el Partido Andalucista de Los Palacios y Villafranca, cortaron la carretera en el lugar del accidente para exigir el desdoble de la misma.

            Desde entonces se han ido sucediendo nuevas muertes que han ido acompañadas por nuevos cortes de tráfico y por iniciativas y mociones en los distintos ayuntamientos afectados y en las diputaciones provinciales de Cádiz y Sevilla, sin que los sucesivos gobiernos, de Zapatero primero, y de Rajoy después, hayan tomado medidas amparándose en la crisis. Es cierto que el último gobierno socialista decidió acometer el desdoble de la N-IV, comenzando por el tramo Dos Hermanas – Los Palacios y Villafranca, llegando incluso a redactar el proyecto, pero cuando parecía que todo estaba a punto de iniciarse, la excusa de la crisis determinó la paralización del proyecto.

            Digo excusa, con motivo, porque a pesar de la crisis, el Ministerio de Fomento desde la época del socialista José Blanco hasta la actual de la popular Ana Pastor, ha venido bonificando los peajes para vehículos pesados y ligeros en las autopistas de otras comunidades autónomas, como por ejemplo la AP-II en Aragón, con el pretexto de “evitar los graves problemas de seguridad vial y de siniestralidad que se dan en la carretera Nacional II” y, sin embargo, en la AP-IV, con la misma problemática, sólo se ha bonificado el 50% del peaje para vehículos pesados y eso cuando faltaban cuatro meses para las elecciones del pasado mes de  diciembre. 

            Yo llegué a calificar, en su momento, las muertes que se iban sucediendo en esta vía como “homicidios de Estado” porque creo que cuando por parte de un gestor público, en este caso una ministra, se decide invertir arbitrariamente en unos territorios sí y en otros no, a sabiendas de que se están produciendo víctimas de forma periódica, se entra claramente en la vía de lo penal ya que esa decisión pone en juego la vida de las personas.

            Podríamos discutir otras decisiones de la ministra de Fomento, como si  debió o no acudir al rescate de las constructoras que están ejecutando el nuevo canal del Panamá, o cuestionar que redactara un plan para rescatar, con dinero público, a las concesionarias de las autopistas radiales de peaje de Madrid que están en quiebra. Todas estas decisiones podríamos discutirlas y siempre habría argumentos a favor y en contra; que si defensa del empleo, que si apoyo a nuestras empresas, que si descongestión del tráfico en la periferia de la capital, etc… Todo es discutible, pero lo que creo que nunca deberíamos consentir es que una ministra, su gobierno y su partido se rían de nosotros en nuestra propia cara por puro interés electoral en un tema tan vital como nuestra seguridad. Eso es exactamente lo que nos está ocurriendo a los usuarios de la N-IV, desde el día 9 de diciembre del año pasado, fecha en la que el Secretario de Estado de Infraestructuras anunció que comenzaría el desdoble.

            Desde esa fecha, curiosamente a falta de once días para las elecciones generales, vienen tomándonos el pelo desde el Ministerio de Fomento y desde la Delegación del Gobierno en Andalucía. Es lo que yo llamo el timo de las estacas, porque en estos cuatro meses se han limitado a clavar las estacas que delimitan el ámbito de las obras y a desbrozar la hierba de apenas doscientos metros del futuro desdoble con una pequeña retroexcavadora; hierba que por cierto, después de tres meses, ha vuelto a crecer. Pasaron las elecciones, se paró la “retro” y algunas estacas ya las cubre la maleza.  

            Aquí, ante nuestras propias narices, la señora ministra y sus compañeros de partido, a los que les faltó tiempo para hacerse las fotografías de campaña a pie de carretera, en lugar de la bolita que usan los trileros para timar a los incautos, nos han estado entreteniendo, hasta que hemos votado, con el juego de localizar las estacas por donde se supone que algún día discurrirá el desdoble de la N-IV. Cuando esto ocurra, a mí sólo me cabrá esperar que no sean los trileros de las estacas los que vengan a cortar la cinta y que dejemos de ser incautos porque, como dice un proverbio árabe, “la primera vez que me engañes será culpa tuya; la segunda será culpa mía” (4.4.2016).

ÉTICA, ARITMÉTICA Y POLÍTICA

            Muchos, leyendo este encabezamiento, se preguntarán que qué tiene que ver el tocino con la velocidad. Algunos pensarán que nada; que relacionar la ética con la aritmética y, sobre todo, con la política es una pura cuestión retórica; pero pienso que después de transcurridos más de tres meses desde las elecciones generales sin que se haya configurado un gobierno, es muy pertinente recurrir a la aritmética electoral para calcular la viabilidad de las posibles alianzas y, sobre todo, a la ética para calificar los comportamientos y las actitudes de los distintos líderes políticos.

            La primera conclusión del resultado electoral, algo que ningún líder va a reconocer, es que todos fracasaron; el PP y el PSOE, porque se hundieron electoralmente, (el partido del gobierno perdió 63 escaños y más de tres millones de votos y la oposición alternativa se dejó 20 escaños y un millón y medio votantes, obteniendo el peor resultado de su historia) y los partidos del cambio, Podemos y Ciudadanos, porque no fueron capaces de acabar con el bipartidismo a pesar de que lo tenían todo a su favor.

            La segunda conclusión de las elecciones fue que, aritméticamente hablando, el electorado no otorgó una mayoría estable y suficiente a ninguna fuerza política para que pueda gobernar en solitario y hacer y deshacer a su antojo, que ha sido la práctica habitual de los distintos gobiernos, salvo en contadas ocasiones, desde los inicios de nuestra democracia. Nos hemos acostumbrado a una ética política fundamentada en deshacer más que en hacer; en difamar, incluso insultar, en lugar de discrepar y criticar de forma constructiva; destruir más que construir ha sido el comportamiento cotidiano y mayoritario.

            Hemos dado por buenas, legislatura tras legislatura, con nuestro votos y a veces hasta con nuestro aplauso, actitudes y comportamientos egoístas y sectarios. En este país se es de un partido por oposición al contrario, se vota a una opción para que no gobierne la otra. Se apoya a un gobierno para que derogue las leyes que, previamente, otro gobierno impuso sin el más mínimo consenso. Se airean y magnifican las corruptelas ajenas y se pone sordina o se silencian las tropelías propias. Esa ética antiestética, esas normas de conducta, es la que hemos santificado durante años. No hemos sabido comprender que, entre otras cosas, España no tendrá arreglo, como dice el poeta Javier Salvago, mientras no se condene la corrupción ‘de los nuestros’.

            Ahora, cuando una aritmética electoral imposible, obliga a los partidos por primera vez a entenderse, nos extrañamos de que no lo hagan. ¿Cómo lo van a hacer si no lo han hecho nunca desde la transición? ¿Cómo lo van a hacer si abandonamos el consenso de aquellos años y desde entonces hemos alentado a los que proclaman que su fin es impedir que gobiernen otros? ¿Cómo van a pactar si hemos jaleado a quienes desde una posición minoritaria pretenden imponernos a todos sus líneas rojas?

            Y no lo han hecho porque su objetivo último, como están demostrando cada día, no está siendo luchar por el bienestar de la gente que necesita respuestas a la crisis social y económica que llevamos años padeciendo, sino desgastar al contrario y buscar posiciones favorables de cara a unas nuevas elecciones que parecen inevitables. Todos siguen con las mismas cantinelas de la noche electoral, salvo el PSOE y Ciudadanos; el PP agarrado al clavo ardiendo de la ‘gran coalición’ a la alemana que es la única opción que le permitiría permanecer en el gobierno y Podemos con su estrategia de acoso al PSOE, al que quiere superar como segunda fuerza, alimentando las divisiones internas de los ‘barones’ socialistas a riesgo de soliviantar a las huestes propias que apuestan por un acercamiento.

             Socialistas y Ciudadanos son los únicos que han movido ficha, pero se les vio a la legua que su acuerdo para la investidura fallida de Sánchez fue un matrimonio de conveniencia y de supervivencia; sobre todo para Ciudadanos, el peor parado de las elecciones a pesar de que todo indicaba lo contrario; su fragilidad les fuerza a tragarse el desprecio que Sánchez les hace cuando se pone en almoneda, un día sí y otro también, con Podemos y sus ‘confluencias’, con tal de ser presidente a toda costa.

            El acuerdo con Ciudadanos fue para Sánchez como la trasfusión a un herido que se desangra; la sesión de investidura se convirtió en un acto electoralista para maquillar como ganador a un perdedor clamoroso; el problema de Sánchez es que la herida sangrante sigue abierta y si no la cierra antes del 2 de mayo, que es la fecha límite para que se convoquen nuevas elecciones, fuera y dentro de su partido hay más de uno y más de una, dispuestos a vampirizarlo.

            Me temo que después de toda esta pantomima ocurrirá lo inevitable: volveremos a tragarnos una nueva campaña electoral para que nos vuelvan a repetir la misma cantinela de lo malos y corruptos que son los otros y de lo buenos que son los nuestros y de lo mala que es la casta sino pacta conmigo, y lo descastada que es si lo hace, y de que cambiar la Constitución nada de nada a no ser que sea como yo te diga. Y si al final, como muchos vaticinan, el resultado de las nuevas elecciones es el mismo o muy parecido, habremos demostrado una vez más que tenemos lo que nos merecemos, es decir, más de lo mismo (28.3.2016).

¿LA CULPA ES ALGO?

            Según la psicología la culpa es un estado afectivo en el que la persona experimenta un conflicto emocional por haber hecho algo que piensa que no debió hacer o, por el contrario, por no haber hecho algo que debiera; pudiendo desencadenar, incluso, un trastorno obsesivo compulsivo.

            Por lo que se ve el sentimiento de culpa puede llegar a amargarle la vida a cualquiera, sobre todo si realmente se es culpable de algo. El problema se retuerce cuando nos cargan una culpa de la que no somos responsables o utilizan esa culpa como chantaje o justificación para obligarnos a hacer algo que nuestra voluntad o nuestra razón no terminan de asumir. Generalmente la estrategia de atribuir culpabilidades es muy habitual entre aquellos que detentan una posición de poder o que aspiran a lograrla, ya sea política, social o religiosa.

            La táctica del reproche de la culpa la sufrimos desde pequeños, yo diría que desde la cuna pues sólo por nacer, según la tradición judeocristiana, cargamos con la culpa de Adán; el cual por morder, en el paraíso, la manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal, nos dejó a todos en herencia el pecado original. Culpa y pecado que sólo podemos redimir con el bautismo. Por no hablar de nuestra responsabilidad en la muerte de Jesucristo; oír, a ciertas edades, que por nuestra causa Cristo fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, hace casi dos mil años, puede resultar difícil de asimilar.    

            Esto ocurre, entre otras cosas, en el ámbito de lo trascendental, pero en el dominio doméstico el chantaje emocional también ha dado mucho juego; sobre todo cuando flaqueaba la autoridad paterna o materna. Todavía recuerdo cómo mi madre me obligaba a engullir toda la comida so pena, o mejor so culpa, de que los niños de África se murieran de hambre. Cuando la estratagema no funcionaba, que en temas gastronómicos era muy habitual, llegaba, a reglón seguido, el castigo, que también tenía su gradación y su categoría, porque no era lo mismo no comer un plato de lentejas, supuestamente repugnantes, que romper el jarrón de porcelana del salón o cualquier otro objeto fetiche del hogar. En estos casos la justicia materna no sólo era ciega, sino además universal, pues se llevaba un mandoble el que estaba más cerca del percance o todos los hermanos de forma solidaria.

            También en la escuela huir de la culpa era huir del correctivo. Por eso antes de que el maestro interrogara a la clase sobre una barrabasada, ocurrida en el aula, todos nos sacudíamos la culpa; porque tan importante era no tener la culpa, como no parecer culpable; por este motivo surgió el delator o “pelusa” que acusaba para evitar el castigo ya que, muchas veces, la justicia del profesor no sólo era ciega sino además arbitraria haciendo pagar a toda la grey la culpa de una sola oveja.

            En el ámbito social, sobre todo en los barrios o en los pueblos, la cuestión de los reproches y las culpas, a menudo resulta cruel a fuer de pintoresca; y es que, más de uno, habrá podido comprobar lo que ocurre cuando se desata un rumor. La entrada en el cuartel de la Guardia Civil, acompañado de otras personas, para denunciar la perdida de tu documentación, puede acabar en el otro extremo del pueblo como una detención por la “secreta” haciéndote culpable de tráfico de drogas. Amparado en la masa, es muy estrecho el espacio entre el cotilleo y la calumnia.

            El tema de las culpabilidades y de su uso puede llegar al paroxismo cuando se emplea políticamente de forma bastarda; sobre todo en este mundo actual en el que la globalización de las comunicaciones nos desvela a diario y en directo, mientras cenamos cómodamente en  nuestras casas, no sólo nuestras miserias sino también las miserias y las fatalidades que ocurren en los lugares más apartados del mundo.

            A mí, como a todos, se me rompe el alma cuando veo cómo muere la gente en el mar huyendo del hambre y de la guerra o a manos de quienes dicen actuar en nombre de dios en atentados indiscriminados; pero también, al menos a mí me ocurre, se me revuelven las tripas cuando algunos pretenden hacernos culpables, desde una tribuna o un púlpito, de todo lo que ocurre tras la pantalla del televisor como si ellos fueran la conciencia del mundo y nosotros los responsables de los males del universo, a no ser que los sigamos a ellos cerrilmente contra sus adversarios, en cuyo caso entramos en el grupo de los elegidos.

            Llegados a este punto, a estos les digo que yo no tengo la culpa del hambre en el mundo, ni de las guerras, ni de las miserias; que si quieren buscar culpables que no los busquen maltratando las conciencias de la gente. Que no se pueden generalizar las responsabilidades y las culpas; que yo, como europeo no soy culpable de lo que decida la Comisión Europea sobre los refugiados, ni tampoco me creo con derecho a acusarlos de querer hacer daño a sabiendas.

            Por mucho que digan, yo no me siento cómplice de lo que ocurre en Siria, ni en Libia, ni en Egipto, ni en Túnez, porque yo no comencé la primavera árabe ni tuve nada que ver con Gadafi, con Mubarak, ni con Al Assad. Yo, para atacar a Obama no justifico a Putin, ni aplaudo a Irán para joder a Turquía, ni tampoco hago lo contrario porque creo que todos, incluida Europa, en mayor o menor medida, son culpables de lo que está ocurriendo. Y que a mí, por supuesto, me preocupa lo que ocurre, y que me voy a seguir comiendo mi plato de lentejas aunque con ello no vayan a dejar de morir niños en África, porque lo que nos queda, creo, como decía Antonio Machado, es practicar el secreto de la filantropía y dejar de lanzar culpas interesadas, porque al final como dice la gente: ¿la culpa es algo? (21.3.2016).